jueves, 11 de enero de 2007

El porfirismo REVUELTAS Andrea. México: Estado y modernidad. pág.125-153.

El porfirismo

Con la llegada de Porfirio Diaz al gobierno (1876), solamente se produjo un desplazamiento del ala burocrática civil hacia el ala militar, lo que significó asimismo un relevo generacional, pues los milítares eran más jóvenes. El proceso de consolidación del Estado, que se había iniciado desde el advenimiento de la República restaurada, se continuó y acrecentó: centralización administrativa y política; reforzamiento del poder ejecutivo, aplastamiento de las minorías étnicas, integración de regiones, llegada de capitales extranjeros, etcétera.

La modernización de la economía

La consolidación del Estado porfirísta coincidió con la búsqueda de nuevos mercados para el capital internacional y la necesidad que tenía éste de encontrar en los países a donde dirigía sus inversiones una institución política sólida que garantizara la paz interna y la estabilidad indispensables para asegurar el éxito de las operaciones financieras y comerciales. Hasta ese momento los débiles gobiernos que se habían sucedido mostraron una enorme inestabilidad política y una gran incapacidad financiera, por lo cual no habían sido capaces de resolver los problemas de la deuda pública. Juárez se había visto en la obligación de declarar la suspensión de pagos y desconocer los débitos del grupo rival (muchas de las invasiones imperialistas que el país sufrió tuvieron como excusa endeudamientos no pagados).

A su vez, el Estado tenía interés en estimular el intercambio comercial porque -frente a la inexistencia de un mercado interno, un presupuesto disminuido por las barreras aduanales que establecían los estados y una pésima administración que consumía sus ingresos en el mantenimiento de una ávida casta burocrática y militar-, sólo tenía como fuente principal de entradas las aduanas y los empréstitos extranjeros.

Por otra parte, las teorías liberales sobre el laisser faire económico dejaron el campo abierto y libre al capital extranjero; pero, aunque proclamaban la no ingerencia del Estado, éste intervino para crear la infraestructura necesaria a los inversionistas. Es así como, para facilitar el intercambio con el exterior, tuvo que actuar para suprimir las alcabalas y aduanas interiores, tarea nada fácil porque encontró múltiples resistencias por parte de los estados y, de hecho, varios intentos fracasaron. Esto no se logró sino hasta 1895 y para ello se hizo necesario introducir ciertas reformas a la Constitución federal Por demás es decir que esta acción no sólo benefició el intercambio mercantil, sino favoreció también la centralización del poder y el incremento de sus ingresos.

Por las mismas necesidades, el Estado se vio impelido a instaurar un sistema de moneda nacional y una legislación comercial homogénea, con lo cual nuevamente salió bonificado, pues la acuñación de monedas y en general la creación de un sistema financiero y hacendario más efectivo hizo crecer sus funciones y aumentó su personal.

La construcción de medios de comunicación -ferrocarril, telégrafos, etcétera- sirvió también a ambos, pues con ellos se facilitó la circulación de mercancías y el Estado tuvo un control más efectivo sobre el país (desplazamiento más rápido del ejército, por ejemplo). Asimismo, la creación de esta infraestructura generó una actividad constructora que proporcionó jugosas ganancias a la alta burocracia y a los empresarios ligados a ellos -como lo vimos en el caso de Escandón.

Este tipo de "modernización", denominado por algunos como "crecimiento hacia afuera" o como "modelo de acumulación de determinación exógena", estimuló las actividades que interesaban directamente el capital extranjero —explotación de materias primas, minería, producción agrícola—, generando una modernización localizada en ciertos núcleos urbanos y en ciertas regiones agroexportadoras, lo que propició el surgimiento de una capa de sectores medios y proletarios; pero no tenía en cuenta las necesidades reales del país y por lo tanto no implicó un proyecto nacional. Dejó de lado cuando no las violentó, a las grandes mayorías campesinas e indígenas y trajo consigo una sobreexplotación y dilapidación de recursos no renovables. En consecuencia, bajo una fachada de modernidad, progreso y prosperidad, la desigualdad social, económica y regional se acentuó aún más. Por otra parte, la integración al mercado mundial significó para el país sufrir los efectos de sus ciclos económicos; la prosperidad de la belle époque que conoció el capitalismo occidental a finales del siglo XIX y principios del XX repercutió sobre el crecimiento productivo del país; pero también tuvieron impacto las crisis, que comenzaron a sentirse en la primera década de este siglo y no dejaron de influir en el malestar que precedió a la revolución de 1910.

El Estado y la Nación

La estrecha colaboración entre el capital extranjero y la élite política en el proceso de conformación del Estado porfirista colocó a esta última en una situación de gran dependencia respecto al primero. No obstante, para lograr una consolidación efectivia, el Estado y su éllte dírigente tenian necesidad de elaborar representaciones mítico-ideológicas que dieran cohesión y fundamento al concepto de nación mexicana. Esta tarea correspondió a los intelectuales quienes, como ya hemos indicado, empezaron a manifestar esta preocupación inmediatamente después de haber sido establecida la República restaurada[1]. Desde aquel tiempo los mitos políticos han tenido dos vertientes: la primera, inserta dentro de la mitología de tipo revolucionario, adoptó las ideas de modernidad y progreso para legitimar la acción del Estado; la segunda intentó crear una identidad mediante la indagación en las raíces del pasado y, siguiendo esta dirección de búsqueda de mitos fundacionales, terminó por recuperar y apropiarse los mitos que ya antes habían elaborado los criollos desplazados.[2]

Comenzó entonces un proceso sistemático de mitificación de la historia: después de tres siglos de oscurantismo y fanatismo, la nación independiente se habla abierto a las luces de la razón y del progreso, la lucha entre conservadores y liberales había terminado por abrir el camino a la modernidad contra las fuerzas retardatarias; Hidalgo —que no habla sido muy apreciado por los antiguos liberales, quienes lo habían considerado un cura fanático y revoltoso con su estandarte guadalupano— se volvió "el padre de la patria"; poco a poco se fueron olvidando las críticas que en sú momento los periódicos hicieron a Juárez por el tratado MacLane-Ocampo y su persona se transfiguró en la del "benemérito de la patria" (dentro de esta línea se escribió entre 1884-1889, bajo la dirección de Riva Palacio, México a través de los siglos).

Con el tiempo también surgieron análisis e interpretaciones —que no carecían de interés y valor—, pero en los que poco a poco, bajo una visión positivista, se fue configurando una ideología estatista, según la cual para resolver los problemas del país se necesitaba un Estado fuerte, centralizado, y un ejecutivo poderoso aunque limitado por los preceptos constitucionales.[3]

Por lo demás, hay que precisar que el concepto de nación no sólo es una idea que surge en el momento de la Independencia como proyecto de los sectores medios ilustrados -por lo tanto ajeno a las demandas de las masas campesinas que combaten por la tierra y mayor justicia social- y que poco a poco se vuelve proyecto de una nueva clase que asciende al poder y como tal lo impone a los demás sectores sociales; también concentra y expresa profundas aspiraciones populares en búsqueda de una identidad colectiva que el Estado y su burocracia saben utilizar para fortalecerse y consolidarse. Una de las características de los burócratas es la de lograr, como si fueran camaleones, confundirse con la nación y en consecuencia ocultar sus intereses personales y de grupo; "forjar la patria", "trabajar por el bien de la nación en nombre del progreso y en pos de la modernidad" son lemas tras los cuales ocultan y protegen sus ambiciones y voluntad de poder. Sin embargo, este discurso, por retórico que sea, les es necesario e indispensable, pues les otorga una base de legitimidad frente al pueblo y justifica su función, a la vez que les da la fuerza que les permite enfrentar a sus "aliados" y rivales. Por tal razón, la dependencia económica respecto del extranjero y la necesidad de crear una idea de nación colocaron al Estado en una situación ambigua y contradictoria (que continúa el Estado posrevolucionario).

La configuración piramidal del poder

La élite burocrática: modernidad y tradición[4]

Con Porfirio Díaz la élite militar llegó a los puestos de mando desplazando a la burocracia juarista-lerdista; ahora bien, una vez instalada en el Estado terminó a su vez por burocratizarse. La reorganización de la administración pública, la centralización de funciones, etcétera, dieron lugar al crecimiento de esta capa social, misma que asumió una configuración de tipo jerárquico en cuya cumbre dominaba el poder personalizado de Diaz, al que rodeaba una élite política eminentemente privilegiada que ocupaba los más altos puestos de la administración. En la base, la masa de los pequeños burócratas medraba con las migajas del presupuesto. Mientras en la cima el poder "paternalista" poco a poco se fue sacralizando, a su alrededor la élite burocrática, valiéndose de sus funciones, inició un rápido enriquecimiento mediante concesiones para realizar obras, operaciones fmancieras, compañías de deslinde de tierras, etcétera, que no excluían el fraude y la corrupción.

En 1880, cuando todavía el sistema de poder no estaba completamente cristalizado, se inició el ascenso de una nueva generación que iba a desempeñar un papel muy importante y que fue conocido como grupo de los "científicos", los que pasaron a ocupar, al lado de los viejos liberales sobrevivientes del movimiento de Reforma y otros líderes del ala burocrática lerdista, sus primeros escaños en el Congreso; en su mayoría provenían de las clases medias urbanas, muchos ejercían profesiones liberales y hablan iniciado su carrera en la política como periodistas; más tarde se enriquecieron rápidamente en la función pública y actuaron de intermediarios del capital extranjero y como financieros.[5] Ese grupo y unos cuantos más terminaron por conformar una élite cortesana de no más de medio centenar de individuos, que poco a poco se fue cerrando, monopolizando el poder hasta que la revolución de 1910 vino a barrerlos de sus puestos.

Hablando en nombre del progreso, la civilización, la modernidad, valiéndose de una terminología positivista, justificaban operaciones financieras que por su intermediación realizaba el capital extranjero. Ahora bien, ya instalados en el poder, el impulso modernista se quedó en expresión retórica y la consolidación de su dominio les permitió reasumir hábitos tradicionales de poder y prestigio, acumulando tierras y predios urbanos, volviéndose más bien rentistas que empresarios, llevando un tren de vida suntuario que recuerda aquél que habían llevado españoles y criollos desplazados del poder.[6]

¿Como explicar esta aparente contradicción entre el discurso moderno y las prácticas tradicionales de la élite porfirista? Es cierto que se trata de un grupo que no ha cuajado todavía como clase en el sentido moderno, sino que se encuentra aún en formación. En la propia sociedad europea ciertos grupos de la burguesía emergente, al ascender y lograr ubicarse en la sociedad cortesana, terminaron por imitar a la nobleza, retomando hábitos y usos de esta última, en un contexto en el que el prestigio y riqueza eran aún los valores predominantes.[7]7 En el caso de México, en un marco muy diferente y con grupos sociales que no tienen los rasgos de los europeos, como ya hemos indicado, resulta que las condiciones de explotación y opresión de la inmensa mayoría de campesinos e indígenas eran tales, que suministraban a la élite un modo de vida eminentemente privilegiado y que, por consiguiente, ésta no tenía interés en cambiar; la propiedad latifundista les proporcionaba riqueza, poder y status y no exigía los riesgos de las aventuras empresariales. Así, Carlos Pacheco, en aquella época secretario de agricultura, decía en 1878:

Nuestros capitalistas son pocos y sus capitales exiguos. La riqueza privada resulta de lo exorbitante de la renta y no de la importancia del capital. Las condiciones económicas de nuestra producción agrícola [...] la han puesto de tal modo al abrigo de toda competencia, que el agricultor obtiene facilmente para un capital corto cuantiosas rentas con perjuicio del consumidor. La facilidad misma con que se obtienen esos beneficios, y la esperanza que este estado de cosas se perpetué, inclina a la prodigalidad, impide el aumento del capital por la acumulación sobrante de la renta, y en caso de economía, ésta es una economia muerta que no se utiliza generalmente en fomentar otro género de producción acaso más aleatorio y seguramente menos remunerativo.[8]8

Sin embargo, la dinámica transformadora y modernizadora se hacía presente a través del mundo capitalista en expansión que venía a tocar a las puertas de la sociedad tradicional. De fuera venían ideologías, modas, técnicas, mercancías, industrias y, a pesar de todas las resistencias y los elementos tradicionales que persistían y persisten aún, poco a poco la práctica de la élite se trausfiguró.

Ahora bien, mientras el político mestizo prefiere identificarse con los mitos revolucionarios y busca en la ideología de la modernización y el progreso un fundamento de legitimidad —aunque en la práctica asume hábitos y costumbres tradicionales— muchos estudiosos extranjeros, principalmente anglosajones, insisten en subrayar los elementos tradicionales que perduran hasta el presente en la praxis política sin percibir que éstas han sido incorporadas a la modernidad sui generis que nos caracteriza. Woodrow Borah, entre otros, afirma lo siguiente:

Si discutimos sobre las herencias del pasado que subsisten en los siglos XIX y XX, debemos tener claro que los sistemas de valores, las ideas, las instituciones y otros elementos que integran dichas herencias persisten hoy con grados variantes de fuerza y función.[9]

Es cierto que para un análisis que intenta seguir la manera cómo se fue conformando una modernidad que no logra del todo superar lo tradicional, resulta esencial tomar en cuenta el enorme papel que tiene la institucionalización de ideologías, creencias, representaciones, como modelos de pensamiento y de comportamiento que pasan a formar parte del imaginario colectivo y son herencias del pasado; es así como podemos atribuir al peso de la tradición el que el espíritu empresarial no sea el rasgo que caracteriza -hasta nuestros dia~ a los nuevos ricos que produce la casta gobernante. Ahora bien, el imaginario colectivo no es algo inerte e inmutable, como parecieran hacerlo creer las interpretaciones mencionadas, sino que está sujeto a cambios al irse enriqueciendo con nuevas experiencias que desplazan a las anteriores o se integran a ellas aunque esta transformación puede tener un ritmo lento; de esta forma, las actitudes, valores e ideas de modernidad y progreso -junto con las prácticas capitalistas- terminan en cierta forma por incorporarse al imaginario social sin que por lo tanto el peso de lo tradicional desaparezca, creándose entre los dos polos una tensión permanente.

La organización estatal de la sociedad y los mecanismos de control

Al mismo tiempo que, en interacción con el capital extranjero, el Estado fue organizándose y organizando las funciones administrativas y fiscales, concentró el poder e instituyó mecanismos de control sobre la sociedad en los cuales se mezclaron rasgos tradicionales y modernos. El proceso se llevó a cabo no sin que dejara de haber tropiezos y dificultades; el propio Porfirio Díaz no tenía al principio la misma habilidad política que iba a mostrar en los años posteriores. En el primer periodo (1876-1888), las resistencias y oposiciones fueron más evidentes.

El sistema electoral

Después del golpe militar, la primera preocupación de Diaz fue la de organizar elecciones. Por una parte, este acto continuaba una tradición hispánica, como lo apunta Morse al referirse a la historia del siglo XIX en la que prevalece "la anarquía un tanto disfrazada por la antigua costumbre de legalizar y legitimar todo acto público que habla sido una fuerza de cohesión tan importante para el antiguo imperio";[10] por otra, este acto también se convirtió en un excelente instrumento burocrático que, al mismo tiempo que legitimaba el poder usurpado, permitía, a través del escenario electoral, extender el control político mediante los arreglos y cohechos que finalmente conducían a la imposición de los candidatos designados previamente por Díaz; así, a la vez que servía de fachada democrática, facilitaba la extensión del poder central sobre los poderes de las élites locales.

Continuando con las viejas prácticas, los candidatos victoriosos no debían su triunfo a ningún reconocimiento popular, puesto que el pueblo estaba ausente de las lides electorales. Foster, representante diplomático de Estados Unidos, en un informe al departamento de Estado sobre las elecciones 1878, afirmaba lo siguiente:

El nuevo Congreso se compondrá casi exclusivamente de amigos y sostenedores de la administración [...], aunque el sufragio es universal de acuerdo con la Constitución, muy contados son los habitantes que han participado en las eleccíones [...]. la oposición invariablemente acusa que la lista de la administración está ya hecha en las elecciones nacionales, por empleados y favoritos del gobierno y distribuida a los gobernadores o comandantes militares en los estados. Muy a menudo acontece que los diputados vienen de distritos que ni siquiera han visitado, por ejemplo, uno de los más prominentes miembros del último Congreso fue electo por un distrito del estado del que no era oriundo ni en el que había residido.[11]

Con el tiempo, la maquinaria de imposición electoral se fue perfeccionando. Diaz y una camarilla de cortesanos designaban a los candidatos para las cámaras y gubernaturas, después se procedía a organizar "la campaña electoral" que se volvió una especie de ritual del poder, que incluía giras, mítines, discursos, promesas del candidato, el cual finalmente era confirmado mediante un simulacro de votación, al que por lo general sólo acudían aquellos que tenían la obligación, como la base burocrática de los ministerios. Este espectáculo público permitía a Díaz hacer asimismo pequeños cambios con los que recompensaba o castigaba a los miembros de su élite sumisa, la que, como habíamos dicho, se fue petrificando, “asfixiada por falta de renovación”, según Bulnes, quien nos indica también los años que tenían en el poder algunos de los miembros de la élite al estallar la revolución en 1910. El promedio de ellos habla gozado del puesto público más de quince años; el secretario de Relaciones tenía 26 años en el puesto; el de Guerra, 19; los gobernadores de Querétaro y Tlaxcala dirigían sus estados tras sucesivas reelecciones desde hacia 26 años.[12]

Una sociedad piramidal

La configuración de la sociedad que surgió en el porfirismo continuó la forma piramidal y vertical que se habla conocido en la época virreinal En la cima, Diaz y sus élites burocráticas, latifundistas y empresarios ligados al capital extranjero; más abajo, una clase media urbana que para 1910 en un 70 por ciento vivía del gobierno, según una apreciación de Bulnes; a esta clase media se sumaban otros habitantes de la ciudad, como obreros y artesanos, y un sector medio campesino formado por rancheros; abajo de esta capa, se encontraba la inmensa masa de campesinos indígenas.

Si bien el Estado, al centralizar y concentrar su poder, impuso una cierta configuración social, muchas de las transformaciones, cambios e innovaciones que se produjeron ya no dependieron de él sino de las fuerzas capitalistas que se implantaban y que organizaron el espacio físico y social de acuerdo con sus intereses y los del mercado mundial. Se produjo en consecuencia un crecimiento urbano, en particular de la ciudad de México, que acaparó las actividades burocráticas, comerciales, financieras y de la incipiente industria. Se desarrollaron también los centros productores de materias primas de exportación; así la producción de cobre de Cananea aumentó e hizo evolucionar a esta ciudad gracias a los requerimientos de la industria eléctrica yanqui. Todo eso creó una imagen de progreso, prosperidad, modernidad, que en cierta forma recordaba a la que se generó a finales del siglo XVIII, pero nuevamente se trataba de un auge más bien superficial que favorecía a una ínfima minoría situada en la cúpula del poder piramidal y que excluía a las mayorías. Esta apariencia de bienestar y estabilidad encubría desigualdades, represiones y aplastamiento de todo lo que se rebelaba y oponía, imagen que el Estado, enajenado por su propia ficción, llegó a confundir con la misma realidad, tal como nos dice Bulnes: El gran desarrollo de México se debía a nuevos descubrimientos de sabios extranjeros y a fenómenos económicos extranjeros que influían poderosamente en la vida económica de México; el general Diaz creyó que ese desarrollo emanaba de los decretos, leyes, reglamentos, circulares, estadísticas e informes del señor Limantour."[13]

La maquinaria política

La manera como se fue concentrando y centralizando el poder del Estado y la forma como mantuvo la relación de dominio sobre la sociedad fue configurando una práctica política del poder que va a perdurar con modificaciones e innovaciones como veremos, en el México posrevoluciona rio.

Se pueden distinguir dos etapas: en la primera, que llega hasta fines de la década de los ochenta, las luchas y resistencias de los diferentes sectores de la sociedad son más agudas, incluso llega a existir cierta actividad en la Cámara de diputados y los gobernadores conservan en sus regiones un margen de autonomía; más tarde, consolidada la maquinaria política, sin que desaparezcan las rebeldías campesinas de tipo local y se produzcan de vez en cuando violentas luchas obreras, la vida política oficial estará completamente manipulada y controlada. Veamos algunos aspectos:

—Las luchas entre las diferentes facciones de la burocracia fueron muy vivas durante los primeros años, los partidarios del antiguo presidente Lerdo de Tejada siguieron hasta 1879 intentando sublevarse; para aplastar ese tipo de oposición, Diaz empleó dos métodos: la represión brutal o la incorporación. En 1879, en un momento en que se manifestaba un malestar en varios estados y se temían levantamientos, mandó fusilar sin formación de causa a un grupo de lerdistas: "aprehendidos in fraganti, ¡mátalos en caliente!", fue la frase que determinó la suerte, según se dijo, de los oposicionistas. Este acontecimiento, que causó una gran indignación en el país, cumplió el cometido de intimidación que se proponía. Nos ilustra también sobre la forma cómo se procedía para integrar a los oposicionistas renegados; el eminente poeta Salvador Díaz Mirón (1853-1928), en ese entonces critico independiente, encabezó a los que acusaban a las autoridades por esos crímenes; incluso los llegó a retar a duelo. Tiempo más tarde, en 1884, se enfrentó en la Cámara a Justo Sierra, quien defendía el orden burocrático, mientras Díaz Mirón, identificado con los sufrimientos del pueblo, clamaba por la justicia y la libertad para los explotados y oprimidos. Siguió siendo crítico de Diaz hasta que terminó preso; su estadía en la cárcel calmó su actitud opositora y, una vez fuera, inició bajo la mirada benevolente y protectora de Díaz una bien retribuida carrera burocrática, lo que sin embargo no quita mérito a su obra poética.

—El mismo procedimiento de integración se realizó con el clero y los conservadores sobrevivientes, los cuales, vencidos, terminaron por aceptar una posición dependiente y subordinada en el seno de la cúpula piramidal. Estado e Iglesia olvidaron los antiguos agravios y compartieron contentos jugosos negocios. Así, el obispo Gillow ya mencionado, obtuvo una concesión para construir un ramal del ferrocarril; en asociación con el secretario de Gobernación, suegro de Díaz, subcontrató una compañía norteamericana quien llevó a cabo la construcción de la vía, misma que después fue vendida al gobierno.[14]

—En el grupo que rodeaba a Díaz también eran muy evidentes las luchas y rivalidades, en particular entre el ala militar y el ala burocrática encabezadas en un primer momento por el general Manuel González y por Justo Benítez, respectivamente; Díaz jugaba y sacaba provecho de las dos, pero terminó por inclinarse por Manuel González, a quien designó presidente para el período 1880-1884. La facción perdedora, sometida y resignada, fue recompensada con puestos en el senado, pensiones, negocios o gubernaturas. (Más tarde en la segunda época el general Reyes fue el representante del ala militar y de poderes regionales, y Limantour, cabeza de la burocracia y del poder central.)

En el primer período del régimen porfirista, las Cámaras ofrecieron cierta vida participativa, en la que se escucharon las voces de las facciones burocráticas rivales y también los reclamos de los representantes de intereses regionales que resistían a la expansión del poder central; más tarde, cuando éste se consolidó, se convirtieron en meras cajas de resonancia que sólo ratificaban formalmente los deseos y disposiciones que Diaz ya había tomado. Además "se llegaba a los puestos por la humildad, el disimulo profundo de la ambición, por la comedia de un poco de cretinismo, por una físonomía de estupefacto, afirmada con voz débil de plegaria; el general Díaz acostumbró a los mexicanos a que nunca conocieran nombramientos de funcionarios antes de haber sido hechos [por él] "[15]

—Para los opositores recalcitrantes se usó la represión de la que no estuvo excluida la tortura. Para aplastar los estallidos locales de campesinos en demanda de tierra, que rápidamente se transformaban en guerras contra los propietarios, así como para sofocar las rebeliones indígenas, que sin embargo fueron más o menos constantes, se creó un cuerpo de rurales y se utilizó con prodigalidad la "ley fuga".

—La política frente a los indígenas siguió siendo la de arrebatarles sus tierras mediante las compañías deslindadoras de terrenos baldíos, y de exterminarlos sin merced cuando se rebelaban.[16]

—El movimiento obrero comenzó a manifestarse en el último tercio del siglo XIX; ya en 1872, se produjeron varias huelgas importantes y con el tiempo se crearon diversas asociaciones; en ellas se dejaban sentir las influencias de las ideologías revolucionarias europeas aportadas por algunos inmigrantes. Dos tendencias se van perfilando en su seno: una "moderada", que pide protección al Estado, otra más radical e independiente e influida por el anarquismo. José Revueltas observa las siguientes características en la naciente clase obrera mexicana: "falta de confianza en sí misma, en sus fuerzas y en su significación social, de una parte, y de la otra, por su tendencia a compensar este desvalimiento mediante la protección y ayuda del Estado".[17] Porfirio Diaz había hecho vagas promesas de tipo social en el plan que había lanzado para tomar el poder; esto le había conquistado la simpatía de algunos grupos de obreros, más tarde el Estado porfirista adoptó frente a ellos la misma táctica que le había servido para otros grupos minoritarios: represión o integración que se realizaba por medio de subvenciones, aunque conforme el régimen se fue anquilosando se optó cada vez más por formas represivas. [18] Así, el Verdadero Círculo y Congreso de Obreros, creado en 1884, percibió una ayuda del Estado para desarrollar cooperativas agrarias, las que sobrevivieron hasta mediados de la década de los noventa (intervención estatal que contradecía la política del laisser faire económico y se aproximaba más bien a la seguida por Bismarck), política que abandonó después. Aunque el gobierno logró adquirir un control casi completo sobre el incipiente movimiento obrero, siguió subsistiendo y luchando una tendencia independiente de tipo anarco-sindicalista, cuyos resultados empezaron a manifestarse ya desde 1881 y con mayor intensidad en 1885, en que se produjeron una serie de huelgas. Los conflictos siguieron estallando en la siguiente década y se hicieron más violentos en el nuevo siglo (recuérdese que Río Blanco y Cananea precedieron a la revolución). El hecho de que la mayoría de las fábricas fueran propiedades extranjeras y que patrones y capataces también lo fueran hizo que se generara un sentimiento antiextranjero, principalmente antiyanqui, mismo que contribuyó más tarde a la formación del nacionalismo posrevolucionario.

La prensa y la educación

Sin abolir el principio de la libertad de expresión, Porfirio Díaz ejercía un control efectivo sobre los medios de comunicación; a pesar de que la prensa se jactaba de ser independiente, cuando menos las tres cuartas partes recibían subvenciones directas o indirectas del Estado (suscripciones, anuncios, monopolio del papel de rotativo que detentaba la fábrica de San Rafael, etcétera). La oposición que se permitía a la prensa era la autorizada expresamente o aquella en la que había un consentimiento tácito; a veces, la crítica le servía a Díaz para arreglar cuentas de un grupo contra otro, por ejemplo, dejó que los reyistas hablaran de la corrupción de los científicos.

Dentro de ese contexto, sin embargo, hubo algunos casos de valiente impugnación, como la que se expresó en el Diario del Hogar, dirigido por don Filomeno Mata; pero por lo general se exiló o asesinó a los periodistas independientes que, a decir verdad, no fueron muchos. El periodismo servía de escalón para darse a conocer y comenzar a ascender en la escala burocrática; un cronista de la época afirmaba:

Pocos escritores escapaban al influjo de las autoridades, contados los que no recibían dádivas aunque todos se ufanaban de una sospechosa independencia, cantando incesantemente la fuerza y la gloria del que apellidaban el cuarto poder [...] En su solicitud de utilidad sólo acuden al periodismo los que buscan por medio de la publicidad de sus talentos un empleo en el gobierno, un sillón en las cámaras o un puesto saliente en cualquier administración.[19]

El intelectual también vivia al amparo del Estado, medrando en la burocracia y los más afortunados en los puestos diplomáticos. Valadés nos dice: "Cada joven que en las aulas, en lo político, en la literatura, surgía con talento era acarreado sin titubeo alguno al porfirismo, y en él hacíasele un burócrata"[20] Dentro de ese contexto político de control, de oportunismo y corrupción, era difícil que pudiera surgir un pensamiento impugnador e independiente; la crítica, cuando existió, siempre fue "constructiva", crítica cortesana "a su majestad", que intenta advertir y señalar —en el caso de los más inteligentes— los males más graves y los remedios para evitar que el régimen se hundiera.

La idea de modernidad y progreso, de un país próspero, un Estado fuerte y un presidente benefactor, no sólo se difundió a través de la prensa. La escuela también fue vehículo que contribuyó a reforzar esa imagen a la vez que fue instrumento esencial para transmitir los valores de la cultura moderna.[21]

Esta imagen de estabilidad y prosperidad alcanzó su expresión culminante en el derroche y esplendor que revistieron las fiestas con las que se celebró el centenario de la Independencia, en momentos en que las fuerzas telúricas de la revuelta popular anunciaban ya el derrumbe del régimen.

LA DECADENCIA Y LA CAÍDA DEL RÉGIMEN PORFIRISTA

Evidentemente el problema de fondo era la tremenda injusticia social, que colocaba en la cúspide de la pirámide a una minoría enriquecida y que gozaba de grandes privilegios, y en la base la inmensa mayoría marginada y pobre. José Iturriaga señala la ausencia de un trabajo riguroso que proporcione cifras precisas sobre la estructura de la sociedad en el siglo XIX; hay pocos datos y están dispersos; de acuerdo con el primer censo de 1895, que él cita, el 90.78 por ciento de la población podía considerarse como perteneciente a la clase popular (de los cuales el 76.61 por ciento era rural y lo demás urbano), 7.78 por ciento a las clases medias y 1.44 por ciento a las clases altas, con diferencias enormes entre esta última y las otras.[22]

Los brotes de violencia campesina fueron frecuentes durante todo el régimen porfirista; en visperas de la explosión revolucionaria, fueron los campesinos de Morelos, encabezados por Zapata, quienes con las armas en la mano y la ocupación de las tierras recordaron ese problema esencial. A éste se sumaron muchos más: el descontento regional contra el centralismo autoritario, las rivalidades del norte más "americanizado" frente al sur más tradicional, las escasas vías de ascenso y realización para las clases medias, los efectos de la crisis económica, la cerrazón de una élite anquilosada y envejecida, aferrada al poder y completamente alejada de la realidad, dividida por disputas y rivalidades de clanes, enceguecida por la propia enajenación que el poder provoca y, en el trasfondo, los intereses norteamericanos siempre en acecho y actuando en la sombra.

El Estado consolidado alrededor de Diaz fue muy elogiado en su momento por su apariencia de estabilidad y progreso, situación que favorecía sin duda al inversionista extranjero y a los sectores minoritarios, como élites, clases medias, así como ciertos grupos de obreros industrializados.

La apariencia de prosperidad reforzaba la opinión de que el sistema era bueno, de que requería un Estado fuerte y autoritario como mal menor pero necesario. La imagen paterna-lista represiva y/o integradora -nueva versión del despotismo ilustrado virreinal- que respetaba las formas democráticas y liberales, fue rápidamente propagada por los ideólogos, contribuyendo con eficacia a la fetichización del "ogro filantrópico".

La consolidación del Estado porfirista trajo como consecuencia el fortalecimiento de la capa burocrática, proveniente de los sectores medios; la que aun cuando continuó utIlizando un lenguaje moderno, en la práctica reforzó sus hábitos tradicionales patrimonialistas, que generaron una complicada red de dependencias y lealtades o "deslealtades", como dijo Bulnes, quien analizando las causas del ocaso de Díaz describió así al régimen:

Un país burócrata es por excelencia un país de desleales. Es un sistema donde el primero de los grandes negocios es la explotación de los empleos públicos, donde casi todo el mundo está dispuesto a vender su alma al gobierno [...], donde el patriotismo tiene dos voluntades: devorar al país y digerir bajezas [...], donde la costumbre más respetable es mentir con el descaro de un demente obsceno, y donde los cerdos flacos son sacerdotes de idealismos democráticos para cebarse con rapiña insaciable.[23]

Si la masa burocrática sólo veía su interés —medrar tranquilamente con el presupuesto y no perder el empleo—, en su cima la élite dirigente, sin abandonar formalmente el concepto liberal del Estado, actuó para crear las condiciones que permitierón la implantación del capitalismo externo. Terció también, bajo el manto de la democracia y la libertad, para controlar ideológica y políticamente a la sociedad y evitar que surgiera una auténtica sociedad civil participativa; intervino incluso en el control manipulado del movimiento obrero, aunque muy pronto abandonó esa práctica, así como había renunciado a las promesas populistas que lo llevaron al poder, en favor de la represión contra todo intento de manifestación de independencia de este sector.

Instalada ya en el poder, esta élite se congela y se petrifica; las luchas, intrigas y rivalidades por intereses mezquinos entre sus diferentes grupos, les nubla la vista y les impide ver la realidad del país, sus carencias, sus problemas, sus demandas. La enajenación del poder marea a Díaz y sus cortesanos, quienes sólo son capaces de percibir la imagen fetichizada que los espectáculos rituales del poder les dan de sí mismos, como bien afirma nuevamente Bulnes: "[Porfirio Díaz], perdida toda proporción de sentimiento, de sensación y aun de realidad misma, termina por tratar de gobernar un mundo imaginario con seres de carne y hueso."[24]

Esta situación no deja de tener algunas analogías con la que existía en vísperas de la revolución francesa, de acuerdo con la descripción que hace Norbert Elias (lo que, sin embargo, no debe hacernos olvidar las diferencias que hemos señalado, en particular la de una clase media que no tiene base económica):

No se puede entender bien la explosión de violencia si exclusivamente se examinan las coacciones que pesan sobre las capas bajas que finalmente se sublevan; sólo se la puede entender si se contemplan también las coacciones a las que están sometidas asimismo las capas superiores contra las cuales se dirige la explosión de violencia.

Y más adelante:

Cuando [...] la fuerza social de los diversos grupos relativamente más débiles que hasta entonces hablan estado excluidos del acceso al control de los monopolios centrales del Estado, [...] se hacen socialmente más fuertes en comparación con las capas hasta ahora privilegiadas, entonces sólo hay, en esencia, tres posibilidades de resolver los problemas que derivan de tal cambio en el equilibrio del poder. La primera es la admisión institucional de los representantes de los grupos que se están haciendo socialmente más fuertes [...].La segunda es el intento de mantener en su actual posición subordinada a los grupos que van adquiriendo mayor importancia, con concesiones, sobre todo económicas, pero sin darle aceeso a los monopolios centrales. La tercera se basa en la incapacidad socialmente condicionada de las élites privilegiadas para darse cuenta de que ha cambiado la situación social y, por consiguiente, las relaciones de poder. En Francia, como más tarde en Rusia y en China, las élites monopolistas preindustriales del antiguo régimen siguieron este tercer camino [...] su atención quedaba absorbida por las escaramuzas y combates no violentos que tenían entre si por el reparto de las oportunidades sociales producidas. Bloqueaba también su capacidad de darse cuenta de los desarrollos de la sociedad global, que conducían a un incremento de las oportunidades de poder y de la fuerza social de las capas hasta entonces marginadas, la petrificación de las élites.[25]

LA MODERNIDAD PORFIRISTA

Puede afirmarse que el porfirismo, como primera forma que asume la modernidad en México, presenta las características generales de toda modernización tardía, a saber: proviene fundamentalmente del exterior y se impone —a través de la integración/desintegración de culturas a las que domina, destruye o subordina, transforma y utiliza— sirviéndose de diversos medios, entre ellos: a) la coacción y la violencia, principalmente económica y política; b) la mimesis o imitación mediante la cual se adoptan ideologías y hábitos culturales en general. En este último caso, juega un gran papel la seducción que ejerce la modernidad sobre las élites nativas.

El hecho de que la modernidad no sea producto de un desarrollo interno sino que provenga del exterior, que se imponga, se adopte o imite, le da una configuración diferente.

En el nivel económico observamos en este período el surgimiento de una producción capitalista, pero no de manera que hubiera permitido la conformación de un mercado nacional (como sucedió en Europa), sino en forma de enclaves directamente ligados a los intereses del mercado mundial.

Estas nuevas actividades capitalistas al insertarse en el seno de una sociedad tradicional en muchos casos no desplaza a las antiguas formas de explotación sino las integra y hace coexistir con formas de trabajo modernas (podemos ver, como ejemplo, la producción azucarera que incorpora la actividad de técnicos modernos que trabajan en los ingenios a la de peones acasillados que cultivan la caña de azúcar).

Con frecuencia la actividad económica moderna destruye a la sociedad tradicional al despojaría de sus tierras, lo que obliga a sus miembros a emigrar e incorporarse a las nuevas actividades.

Los nuevos grupos sociales que nacen como resultado de la modernización económica, y que Guerra nombra "pueblo nuevo", no son todavía clases en el sentido moderno, adoptan ideologías así como modelos de vida modernos pero están fuertemente marcados por formas de relación tradicional a la que los liga un profundo pasado histórico.

En el nivel político observamos igualmente la adopción de ideas y modelos que vienen del exterior. El uso por parte de las élites de un nuevo discurso (moderno) sirvió para legitimar las ambiciones de poder del sector que terminó por conquistarlo y que impuso al país el nuevo proyecto modernizante. Sin que esto quiera decir que la ideología moderna haya sido completamente asimilada, de esta manera las nociones de ley, democracia, de Estado de derecho, de participación social si bien están incorporadas al vocabulario, en la práctica tienen una vigencia más bien limitada, sin que lleguen a incorporarse profundamente en el imaginario y la praxis social; se manifiesta desde entonces una escisión entre las leyes y la realidad que Guerra denomina "ficción democrática".

La nueva forma política moderna (Estado liberal) absorbe e integra, sin abandonar el lenguaje moderno, prácticas tradicionales de poder (patrimonialistas y clientelares).

Hay que añadir que la sociedad tradicional (holista) acepta la contradicción entre el discurso modernizante y la praxis porque en su historia ha predominado la presencia de un Estado fuerte que permite sólo una participación social limitada; además, en su imaginario y desde la colonia, la noción de ley cumplió una función más bien ritual que efectiva. Baste recordar la práctica de "obedezco pero no cumplo", que fue la fórmula con la que recibían las autoridades coloniales las leyes y disposiciones venidas de ultramar. La distancia que mediaba entre la metrópoli y la colonia había hecho que se dispusiera que el cumplimiento de las leyes se rcahzara hasta donde la prudencia aconsejaba.[26] Esas costumbres legitimaron la infracción de la ley, por lo tanto esta última pasó a formar parte en cierta manera, del ritual del poder y no de su práctica.

Hay que indicar asimismo, que la modernización política porfirista pareciera inspirada en aquella surgida durante el régimen de Bonaparte III, que describió magistralmente Maurice Joly. Por la posible influencia que el bonapartismo pudo tener en la constitución del régimen porfirista y más tarde, en el posrevolucionario, detengámonos en este texto.

Hemos hecho hincapié en que la burguesía europea instauró su poder reivindicando el derecho a la participación política y al establecimiento de mecanismos mediante los cuales pudiera expresar sus demandas y limitar el poder del soberano, tales como el Parlamento y las asambleas representativas. Luchas que tuvieron como resultado la elaboración de toda una serie de postulados de participación democrática (formulados teóricamente por el pensamiento poiltico liberal) y que terminan por instituir una tradición democrática que pasó a formar parte de la práctica social. Sin embargo, ya en el siglo XIX la propia burguesía empezó a advertir el riesgo que se genera cuando se ejerce una participación democrática efectiva: el de perder el poder. Por lo tanto, la burguesía se vio confrontada al problema de conciliar la profunda tradición y participación democráticas con las exigencias de la práctica capitalista de un gobierno fuerte y autoritario.

De los medios gracias a los cuales puede implantarse un poder despótico manteniendo sin embargo una apariencia democrática y liberal, en el que la violencia brutal sin desaparecer desempeña un papel secundario, nos habla Maurice Joly a través de un diálogo ficticio entre Maquiavelo y Montesquieu, haciendo un análisis crítico de los mecanismos de control y manipulación que empiezan a practicarse en el periodo bonapartista.[27]

Lo esencial de esos nuevos procedimientos, de esas nuevas técnicas del poder radica en que sin cambiar las instituciones políticas (de carácter liberal) se instaure un gobierno despótico que domine a una sociedad pasiva y dependiente.

"No se trata hoy en día, para gobernar, de cometer violentas iniquidades, de decapitar a los enemigos, de despojar de sus bienes a nuestros súbditos, de prodigar los suplicios; no, la muerte, el saqueo y los tormentos físicos sólo pueden desempeñar un papel bastante secundario en la política interior de los Estados modernos [...]. En nuestros tiempos se trata no tanto de violentar a los hombres como desarmarlos, menos de combatir sus pasiones políticas que borrarlas, menos de combatir sus instintos que de burlarlos, no simplemente proscribir sus ideas sino de trastocarlas, apropiándose de ellas."[28]

Para conseguirlo es necesario:

—Disminuir, apagar el sentido critico y la conciencia: "debilitar el espíritu público hasta el punto de desinteresarlo por completo de la idea y los principios con los que hoy se hacen las revoluciones".

—Fomentar una apariencia democrática, de progreso, justicia, bienestar general: "crear instituciones ficticias que correspondan a un lenguaje y a ideas igualmente ficticias".

—Confiscar el lenguaje de la oposición y transformarlo en retórica vacía de contenido: "arrebatar a los partidos la fraseología liberal con que se arman para combatir al gobierno. Es preciso saturar de ella a los pueblos hasta el cansancio, hasta el hartazgo".

—Manejar a la opinión pública, "aturdiría, sumiría en la incertidumbre mediante asombrosas contradicciones, obrar en ella incesantes distorsiones, desconcertarla mediante toda suerte de movimientos diversos, extraviaría insensiblemente en sus propias vias".[29]

El fin último y esencial de esas maniobras es arrebatar a la sociedad toda especie de expresión independiente ideológica y práctica; al mismo tiempo, reforzar al Estado enmascarando el poder y la violencia bajo una imagen paternalista. Para ello se deberá "aniquilar las fuerzas colectivas e individuales, desarrollar en forma desmesurada la preponderancia del Estado, convertir al soberano en protector, promotor, remunerador".

Muchos son los procedimientos, "los medios de acción" de los que se sirve el Estado para consumar su objetivo, su "obra oculta", es decir, afianzar y acrecentar su poder a la vez que debilitar el de las clases sociales, sometiéndolas y haciéndolas dependientes.

—Es menester recuperar e incorporar al Estado todo aquel que sobresale, intelectuales o líderes: "el poder [...] debe atraer a su seno todas las fuerzas y todos los talentos de la civilización en que vive. Deberá rodearse de publicistas, abogados, jurisconsultos, de hombres expertos en tareas administrativas, de gentes que conozcan a fondo todos los secretos y todos los resortes de la vida social. "[30]

—Es útil para lograr esas medidas contar con el apoyo popular, que se conquista mediante hábiles manipulaciones en las que "el arte de la palabra" tendrá un primerisimo lugar, pues se actuará constantemente en función del "beneficio" del pueblo, del "bienestar público"; y siempre pensando en este último, se establecerá un vasto sistema de obras públicas, que a la vez que será fuente de enriquecimiento para los funcionarios que los administren por medio de la especulación y el soborno, suministrará trabajo al pueblo, el que se acostumbrará a depender del Estado.

Con el fin de conservar el sistema despótico, sin abolir por ello las instituciones liberales que se fundamentan y legitiman en el derecho constitucional siempre vigente, las técnicas modernas inducen a no destruir directamente estas instituciones (libertad de prensa, sufragio, organización judicial, órgano legislativo, libertades individuales, etcétera), sino a obrar por "sendas oblicuas, rodeos, combinaciones hábiles, en lo posible exentas de violencia" y de esta manera, lograr neutralizar o anular el poder de estas instituciones, así como su independencia crítica, respetando sin embargo las apariencias. Veamos algunos de estos procedimientos:

USO, CONTROL Y MANIPULACIÓN DE LA INFORMACIÓN.

La prensa tiene un papel fundamental en las sociedades modernas; su desaparición seria "una imprudencia peligrosa". Hay que dejarla existir pero usando medios para dirigirla o neutralizarla, manipulando y controlando a la información y a la opinión e incluso permitiendo una "oposición ficticia"; o bien implanlando una serie de requisitos que deberán reunir los periódicos para ser autorizados, así como la instauración de medidas fiscales que sirvan para castigar o premiar, presiones que favorecerán la autocensura.

Crear periódicos que dependerán de la subvención del gobierno, unos serán abiertamente oficialistas, otros ejercerán una oposición -aparente- que no atacará jamás "las bases ni los principios" esenciales del gobierno, limitándose a realizar "una polémica de escaramuzas, una oposición dinástica dentro de los límites más estrictos". Por este medio, a la vez que se obtiene una apariencia de libertad, se dirige y se manipula a la opinión. Nadie podrá decir entonces que no existen libertad de prensa y de expresión: "el resultado, ya considerable por cierto, consistirá en hacer decir a la gran mayoría: no ves acaso que bajo este régimen uno es libre, uno puede hablar; que se le ataca injustamente, pues en lugar de reprimir como bien podría hacerlo, aguanta y tolera".[31]

EL SUFRAGIO. Es una conquista de los tiempos modernos que si se ejerciera libremente podría minar las bases del dominio al servir de instrumento a la oposición; se trata entonces, no de impedirlo, sino de que se realice de tal manera que, en lugar de destruir, consolide al poder. Entre las medidas pertinentes para realizar esto, pueden mencionarse las siguientes:

a) los candidatos, aun los de oposición, deberán comprometerse con el gobierno, hacer un juramento de fidelidad y el que no lo acepte no será electo; b) los agentes del gobierno se consagrarán a hacer triunfar a los candidatos oficiales; c) se prohibirán reuniones de la oposición, pero no las de los candidatos oficiales; d) los centros para votar se organizarán de tal modo que se eviten los contactos que pudieran consolidar una oposición, y con el mismo fin se arreglarán las circunscripciones electorales; e) se sustituirán las boletas de votación, pero este medio "debe utilizarse con la mayor prudencia"; f) se prometerán obras a las comunidades que se muestren favorables y, a la inversa, no se hará nada en las regiones hostiles; g) el parlamento estará siempre organizado de manera que los diputados oficiales formen una mayoría compacta y sean dirigidos por un presidente digno de confianza.[32]

EL PARLAMENTO. El sistema parlamentario, a pesar de todo, podría amenazar la estabilidad, frenar al gobierno, paralizar sus acciones. Por eso, hay necesidad de despojarlo de toda independencia política: a) la iniciativa de las leyes dependerá dcl ejecutivo; b) la asamblea legislativa conservará sólo el derecho de aceptarlas o rechazarlas; c) para neutralizar el poder de dichas asambleas, habrá que controlar el número de representantes, aumentarlos o reducirlos según convenga, a fin de tener siempre una mayoría absoluta e incondicional; el nombramiento de los presidentes que dirigen las sesiones dependerá del ejecutivo; no habrá sesiones permanentes, se restringirán sólo a algunos meses; d) se abolirá la gratuidad del mandato legislativo, la recepción de un emolumento servirá para incorporar al diputado en el Estado.[33]

El régimen que describe M. Joly y al que denomina despotismo moderno —que no es democrático pero tampoco una dictadura brutal— tiene mucho parecido al que se implantó durante el porfirismo (así como al posrevolucionario) y que algunos intelectuales calificaron como "tiranía honrada" (Francisco Cosmes), "dictadura democrática" (Emilio Rabasa), "buena dictadura" (Francisco Bulnes), "dictablanda" (Daniel Cosio Villegas).

Podemos concluir entonces que el Estado porfirista adopta formas modernas como las que describe Maurice Joly y que denomina despotismo moderno, a las que integra prácticas tradicionales (patrimonialistas y clientelares). Esta situación se prolonga en el Estado posrevolucionario.



[1] No puede olvidarse que en la idea de nación se manifiesta un fenómeno bastante complejo. Su uso político se entremezcla con la aspiración auténtica de búsqueda de una identidad y de una expresión cultural propia. Empero, aquí nos interesa subrayar el concepto de nación y de nacionalismo en general como elemento que utiliza y manipula el Estado para afianzar su poder.

[2]André Reszler nos dice, refiriéndose a los mitos políticos modernos: "Es de los archivos del mito de donde el político, el hombre de partido o el teórico, extraen los relatos, las leyendas o los 'hechos' históricos, que les permiten fundar su cultura —su cultura política— y darle al poder con que cuentan o al que aspiran, su legitimidad, su esplendor y a veces su grandeza. (...) Los mitos fundacionales —o mitos de los orígenes— se refieren a los hechos fundadores del Estado. (...) A esta vasta categoría de mitos pertenecen (...) en suma toda representación mítica de un acto creador inicial que sigue poseyendo un valor prescriptivo cierto. Los mitos revolucionarios (incluimos en esta familia de mitos a los mitos del progreso) están estrechamente asociados a la reorientación de la sensibilidad moderna desde el siglo XVII, y apuntan hacia el futuro —lo desconocido, la creatividad prometeica de un hombre futuro por su sola trascendencia real." Reszler, A., Mitos polticos modemos, Mexico, FCE, 1984, pp. 282-284.

[3] Entre las obras escritas en este período, pueden mencionarse: Sierra, Justo, (comp.), México: su evolución social, 1900-1902; Rabasa, Emilio, La Constitución y la dictadura, 1912; Molina Enríquez, los Grandes problemas nacionales, 1909. Para un mayor conocimiento del pensamiento de estos intelectuales véase el excelente trabajo de Hale, Charles A, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX, México, Vuelta, 1991.

[4] Para un estudio detallado de la élite porfirista, véase Guerra, François-Xavier, México: del antiguo régimen a la revolución, Méxiico, FCE, 1988, t. 1, pp. 59-125.

[5] Véase Historia general de México, México, El Colegio de México, 1976, t. III, pp. 222-226.

[6] Octavio Paz los describe asl: "Esos grandes señores amantes del progreso y de la ciencia no son industriales ni hombres de empresa: son terratenientes enriquecidos por la compra de bienes de la Iglesia o en los negocios públicos del régimen. En sus haciendas los campesinos viven una vida de siervos, no muy distinta a la del período colonial." (Paz, Octavio., México en la obra de Octavio Paz, p. 66.)

[7] Así, Badie y Birnbaum nos dicen refiriéndose a la sociedad del antiguo régimen, en la que sobre el plano de prestigios y de riqueza dominaba fuertemente la visión de la aristocracia: "profundamente impregnada por el ejemplo de esta última, tenía demandas motivadas más por razones sociales que capitalistas, y sus pretensiones económicas se orientaban mas hacia el comercio de cortas miras que a un verdadero negocio". (Badie y Birnbaum, Sociologie de l’Etat, pp. 137-138.) Norbert Elías, asimismo, al estudiar la estructura social del mismo período (antiguo régimen), señala la existencia de una burguesía estamentaría que se acerca e imita a la sociedad cortesana, frente a otra burguesía que es profesional y no cortesana. (Elías, Norbert., La sociedad cortesana, p. 219.)

[8]Pacheco, Carlos, Memoria, México, 1878 t. I, pp. IX y X, citado en Valadés,El porfirismo, historia de un régimen, pp.. 73-74.

[9] Borah, W., "Rasgos novohispánicos en el México contemporáneo", Plural, núm. 10, julio de 1975, pp. 22-26. Entre otros autores que afirman lo mismo, citemos a: Richard Morse, La herencia de América Latina; Roger Hansen, La política del desarrolla mexicano; Raymond Vernon, El dilema de la economía de México; Stanley y Barbara Stein, La herencia colonial de América Latina.

[10] 10 Morse, Richard, "La herencia de América latina", Plural, núm. 10; pp. 33-42.

[11]Foster a Evarts, México, 3 de agosto de 1878, Papers, núm. 749, pp.568-569; citado por Valadés, op. cit., t. 1, pp. 32-33.

[12] Bulnes, Francisco., El verdadero Díaz y la revolución, México, Stylo, 1945, pp. 356-357. Sobre las prácticas electorales, puede verse también la descripción de la campana del candidato oficial a gobernador del estado de Morelos en 1909, en Womack, John, Zapata y la revolución mexicana, México, Siglo Veintiuno Editores, 1979, pp. 8-35.

[13]Bulnes, Francisco, El verdadero Díaz,,p. 230.

[14] Véase Valadés,José El porfirismo, t. II, p. 54.

[15] Bulnes. Francisco, El verdadero Díaz..., p. 195.

[16] De acuerdo con François-Xavier Guerra, el despojo de tierras a los pueblos varío de ritmo durante el régimen portirísta. Hasta la última década del siglo XIX. privó una especie de compromiso mediante el cual los pueblos pudieron conservar parte de sus tierras comunales; esta situación cambió por presiones económicas y a partir de 1880 se atacó a la propiedad de los pueblos. (Guerra, op. cit, t. I pp. 228-234.)

[17] Revueltas, José. Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, México, Era, 1980, p. 125.

[18] Ver Hart, J.., El anarquismo y la clase obrera 1860-1831, México, Siglo Veintiuno Editores, 1980, PP. 99-111.

[19] Olavarría, Enrique, "Reseña histórica", citada en Valadés, op cit., t.II, p. 78.

[20] Valadés, C., op. cit, t,I, p. 405.

[21] F.X. Guerra concede un papel fundamental a la educación impartida por el Estado en la transmisión de los valores de la cultura moderna y nos ofrece un minucioso estudio del proceso educativo durante el porfiriato, época en la que se opera una transferencia de las responsabilidades educativas de la sociedad al Estado, quien fue asumiendo la dirección y control de la enseñanza; las reformas educativas que se llevaron a cabo estuvieron marcadas por la influencia de las que había hecho en Francia Jules Ferry. Véase Guerra Op cit., t. I pp. 394-443.

[22] Ver Iturriaga, J., La estructura social de M~xico, México, FCE, 1951.

[23] Bulnes, F., Toda la verdad acerca de la revolución menicana, México, Insurgentes, 1960 (la edición oríginal, en inglés, data de 1916).

[24] Ibid,p. 113.

[25] Elías, N., La sociedad cortesana, pp. 355 y 358-359.

[26] El rey y el Consejo de Indias gobernaban por medio de "reales órdenes" que debían ser "obedocidas" pero no ejecutadas a causa de subrepción (falta de información por ocultamiento de la verdad) o de obrepeción (información positivamente falsa); de lo cual se derívaba la fórmula "si nuestra carta contiene algo que pueda portar perjuicio a un tercero, vaya contra la ley, las costumbres o el derecho, que se obedezca sin ejecutar" (citado en Bravo Ugarte, Historia de México. La Nueva España, México, Jus. 1941, t. II, p. 119).

[27] Joly, Maurice, Dialogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu,

México, Seix Barral, 1981.

[28] Ibid. pp. 53-54.

[29] Ibid. pp. 55.

[30] [Ibid. pp. 58.

[31] Ibid. pp. 109-112.

[32] Ibid. pp. 141-147.

[33] Ibid. pp. 84.

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